Alma vive en un lugar conocido por cada uno de nosotros. Alma nos susurra canciones de cuna para calmar nuestras noches oscuras, y nos despierta con el canto del nacimiento de un nuevo día lleno de alegrías y de ilusiones. Todos conocemos a Alma... sólo que......hemos dejado de escucharla.

Coloca una mano sobre tu vientre y reposa la otra sobre tu corazón. Si silencias durante unos instantes la perturbadora voz que nace de tu cabeza controladora y racional, permitirás que la voz de tu Alma se exprese y hable. “¿Qué me dirá? “Te preguntarás. No tengas miedo. Te hablará de cosas bellas. Sobre el amor, sobre la belleza. Te leerá textos enriquecidos de dulces palabras, y te dirá sin miedo todo aquello que un día no quisiste escuchar pero que siempre deseaste realizar. No te confundas. El Alma no es un ser diferente a ti, ni está separado de ti. El Alma eres tú.

Así es como empecé a permitir y a sentir mi Alma, y así es como empecé a escribir cuentos. Lo que escribo nace de mi corazón y va directo al corazón. Sólo hay que abrirse para recibir la sencillez de sus palabras, y sólo hay que ser, para que el día en que creas que nada tiene sentido, la voz de estos relatos, den aliento a tu desesperanza y alegría a tu nostalgia.

Soy y seré un canal para que historias como estas broten de mi alma, y para que mis pequeñas manos, de dedos cortos y achatados, sean el instrumento idóneo para imprimir en una hoja en blanco lo que día a día la vida me va cantando.

Con mucho amor.....

el Alma del ser que se hace llamar Mireia

viernes, 7 de septiembre de 2012

Hay momentos buenos.....y no tan buenos.
Decepciones, anhelos, entregas, deseos....que parecen que van a llegar a buen puerto, y que después de un largo camino acaban por perecer. Entonces la tristeza del alma aflora. Profunda, en un sollozo ahogado.
Aquí hay que mostrarse tal y como uno se siente.
El alma que pregunta el por qué de todo. El por qué del sufrimiento, de la desolación, de la incertidumbre...
Un alma que se entrega. Tal vez demasiado. Con demasiada esperanza, ilusión, pero también con miedo.
El alma habla y me cuenta que le pasa. El alma aflora frente la pantalla del ordenador y escribe un nuevo relato que me da alguna pista más sobre mi y sobre mi vida.
Bienvendida alma escritora.


El vendedor que tenía demasiadas cosas para vender

  • ¡Vengan, señores y señoras! En esta humilde morada tenemos de todo. Hay libros de cocina, de medicina, películas...Tenemos ropa, pinturas, instrumentos musicales, poesía...
La voz de aquel hombre llegaba a todos los rincones del mercado.
Era domingo. Domingo 7 de febrero. Hacía frío y los transeúntes paseaban a un ritmo lento y pausado.
Y yo, entre ellos. Paseando entre pequeños puestos de toldos amarillos donde se vendía todo tipo de mercancías. El aire olía a café con leche. La gente se apretaba entre sí sintiendo el calor humano, buscaban entre los montones de ropa, olían las fragancias del puesto de una vieja gitana que esparcía aroma a romero con un spray de mano. Había tantas cosas por ver...Aquel domingo el mercado era diferente. O por lo menos, así lo sentí yo.

  • Vamos señores, no pierdan el tiempo...¡Tengo tantas cosas que ofrecer! ¡Quién sabe, tal vez sea su día de suerte y por fin encuentren aquello que tanto anhelan!
El saber que tal vez aquel hombre de voz imperiosa tuviera en su mano algo que llevaba tiempo buscando provocó en mi instintivo cuerpo tal reacción, que sin pensarlo dos veces tomé otra dirección y fui hacia allí.
Una mesa inmensa ocupaba el espacio. En ella montones de cosas, colocadas armónicamente, se mostraban ante el público. Piezas de la India, pañuelos orientales, libros repletos de sabias palabras... Había montones de lienzos en blanco, unas zapatillas de ballet, una máquina de escribir antigua, un mini piano acompañado de una guitarra; lámparas móviles, libros sufís, budistas, que hablaban sobre el tao, sobre el chi, sobre la vida...¡Había tantas cosas! ¡Y todas tan bellas!
Varias personas se acercaron a ojear lo que por allí se vendía. El vendedor se emocionó con la afluencia de tanta clientela. Noté su ansiedad. Sus ganas de ofrecer lo mejor, de vender, de mostrar su arte, su conocimiento, su riqueza intelectual, su mundo...

Mirábamos, tocábamos, ojeábamos con delicadeza, compartíamos opiniones con él...pero sin comprender muy bien la razón, no comprábamos nada. Al ver a aquel vendedor de mirada profunda, y algo cansado, queriendo mostrar con tanta ímpetu todo lo que tenía a la vista, y todo lo que tenía guardado en un viejo baúl de aquella manera...algo en mí se despertó.
En pocos segundos la mayor parte de la gente que estaba regentando el puesto desapareció. Así, sin más.
El hombre de voz imperiosa se sentó abatido.
  • No lo entiendo. Tengo tanto que ofrecer. Cosas buenas, la mayoría desconocidas por muchos. Cosas que pueden ayudar a estar mejor, a vivir mejor...Pero al final son tan pocos los que acaban recogiendo el fruto...Estoy agotado.
  • Tal vez estés ofreciendo demasiado- . Me atreví a insinuar. - O tal vez no sea necesario darlo todo. Mostrar toda tu mercancía en un solo día. A veces, las cosas en exceso....empachan, sin más. Por más que te gusten . Por más bellas y deliciosas que sean...Con tanto material es difícil apreciar la belleza de algo en particular. Y es importante tener la oportunidad de sentir en profundidad todo a su debido tiempo. Tiempo para apreciar esta figura. Otro tiempo para leer tranquilamente este libro. Otro tiempo para probarme y sentirme con esta ropa...No te desanimes. Sólo debes estar seguro de quien eres y de lo que tienes por ofrecer, y entregarlo a su debido tiempo. Sin querer llegar a todo el mundo. Tú mantente tranquilo. No hagas más. Ofrece lo justo y necesario y permite que sea el resto quien decida. Independientemente del resultado.
    Al finalizar estas palabras, me sorprendí de mi misma. Yo nunca había hablado, ni hablaba así. Digamos, que más bien suelo ser yo la que está buscando sabios consejos nacidos de la boca de otros. De mi madre. De mi hermana, de mi mejor amigo o amiga, del más famoso autor de libros de autoayuda...
El hombre sonrió. Sacó de debajo de una mesa una caja de cartón de gran tamaño y empezó a recoger poco a poco varias cosas. Guardó algunos libros. Dobló montones y montones de pantalones cortos y camisetas, recogió algunos instrumentos.
Poco a poco su pequeña parada fue tomando otro color. Había menos cosas para vender pero todo estaba más acorde. El hombre estaba tranquilo. Ni siquiera le hizo falta utilizar su voz como reclamo. Hombres, mujeres, niños y niñas fueron acercándose a su puesto con naturalidad. Él se mantuvo firme, centrado, paciente. Dejó que sus clientes miraran con tranquilidad, tocaran o dejaran de tocar, y aprendió que debía dosificar su material para que aquel material fuera apreciado. En pocos minutos...su humilde parada con toldo amarillo se vació.
Había vendido todo sin ahogarse en su propio deseo.
El hombre de voz imperiosa se sentía satisfecho consigo mismo. Con fuerza, apacible y tranquilo.
Mi suerte fue que me regaló un libro. Al abrir la primera página había un escrito:

TUS PALABRAS SON FUENTE DE TU SABIA INSPIRACIÓN. NO LAS PONGAS EN DUDA.
HAZ LO CONTRARIO. CONFIA”
de el vendedor que tenía demasiadas cosas para vender.

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