Hay momentos buenos.....y no tan buenos.
Decepciones, anhelos, entregas, deseos....que parecen que van a llegar a buen puerto, y que después de un largo camino acaban por perecer. Entonces la tristeza del alma aflora. Profunda, en un sollozo ahogado.
Aquí hay que mostrarse tal y como uno se siente.
El alma que pregunta el por qué de todo. El por qué del sufrimiento, de la desolación, de la incertidumbre...
Un alma que se entrega. Tal vez demasiado. Con demasiada esperanza, ilusión, pero también con miedo.
El alma habla y me cuenta que le pasa. El alma aflora frente la pantalla del ordenador y escribe un nuevo relato que me da alguna pista más sobre mi y sobre mi vida.
Bienvendida alma escritora.
El
vendedor que tenía demasiadas cosas para vender
¡Vengan,
señores y señoras! En esta humilde morada tenemos de todo. Hay
libros de cocina, de medicina, películas...Tenemos ropa, pinturas,
instrumentos musicales, poesía...
La
voz de aquel hombre llegaba a todos los rincones del mercado.
Era
domingo. Domingo 7 de febrero. Hacía frío y los transeúntes
paseaban a un ritmo lento y pausado.
Y
yo, entre ellos. Paseando entre pequeños puestos de toldos amarillos
donde se vendía todo tipo de mercancías. El aire olía a café con
leche. La gente se apretaba entre sí sintiendo el calor humano,
buscaban entre los montones de ropa, olían las fragancias del puesto
de una vieja gitana que esparcía aroma a romero con un spray de
mano. Había tantas cosas por ver...Aquel domingo el mercado era
diferente. O por lo menos, así lo sentí yo.
El
saber que tal vez aquel hombre de voz imperiosa tuviera en su mano
algo que llevaba tiempo buscando provocó en mi instintivo cuerpo tal
reacción, que sin pensarlo dos veces tomé otra dirección y fui
hacia allí.
Una
mesa inmensa ocupaba el espacio. En ella montones de cosas, colocadas
armónicamente, se mostraban ante el público. Piezas de la India,
pañuelos orientales, libros repletos de sabias palabras... Había
montones de lienzos en blanco, unas zapatillas de ballet, una máquina
de escribir antigua, un mini piano acompañado de una guitarra;
lámparas móviles, libros sufís, budistas, que hablaban sobre el
tao, sobre el chi, sobre la vida...¡Había tantas cosas! ¡Y todas
tan bellas!
Varias
personas se acercaron a ojear lo que por allí se vendía. El
vendedor se emocionó con la afluencia de tanta clientela. Noté su
ansiedad. Sus ganas de ofrecer lo mejor, de vender, de mostrar su
arte, su conocimiento, su riqueza intelectual, su mundo...
Mirábamos,
tocábamos, ojeábamos con delicadeza, compartíamos opiniones con
él...pero sin comprender muy bien la razón, no comprábamos nada.
Al ver a aquel vendedor de mirada profunda, y algo cansado, queriendo
mostrar con tanta ímpetu todo lo que tenía a la vista, y todo lo
que tenía guardado en un viejo baúl de aquella manera...algo en mí
se despertó.
En
pocos segundos la mayor parte de la gente que estaba regentando el
puesto desapareció. Así, sin más.
El
hombre de voz imperiosa se sentó abatido.
No
lo entiendo. Tengo tanto que ofrecer. Cosas buenas, la mayoría
desconocidas por muchos. Cosas que pueden ayudar a estar mejor, a
vivir mejor...Pero al final son tan pocos los que acaban recogiendo
el fruto...Estoy agotado.
Tal
vez estés ofreciendo demasiado- . Me atreví a insinuar. - O tal
vez no sea necesario darlo todo. Mostrar toda tu mercancía en un
solo día. A veces, las cosas en exceso....empachan, sin más. Por
más que te gusten . Por más bellas y deliciosas que sean...Con
tanto material es difícil apreciar la belleza de algo en
particular. Y es importante tener la oportunidad de sentir en
profundidad todo a su debido tiempo. Tiempo para apreciar esta
figura. Otro tiempo para leer tranquilamente este libro. Otro tiempo
para probarme y sentirme con esta ropa...No te desanimes. Sólo
debes estar seguro de quien eres y de lo que tienes por ofrecer, y
entregarlo a su debido tiempo. Sin querer llegar a todo el mundo. Tú
mantente tranquilo. No hagas más. Ofrece lo justo y necesario y
permite que sea el resto quien decida. Independientemente del
resultado.
Al
finalizar estas palabras, me sorprendí de mi misma. Yo nunca había
hablado, ni hablaba así. Digamos, que más bien suelo ser yo la
que está buscando sabios consejos nacidos de la boca de otros. De
mi madre. De mi hermana, de mi mejor amigo o amiga, del más famoso
autor de libros de autoayuda...
El
hombre sonrió. Sacó de debajo de una mesa una caja de cartón de
gran tamaño y empezó a recoger poco a poco varias cosas. Guardó
algunos libros. Dobló montones y montones de pantalones cortos y
camisetas, recogió algunos instrumentos.
Poco
a poco su pequeña parada fue tomando otro color. Había menos cosas
para vender pero todo estaba más acorde. El hombre estaba tranquilo.
Ni siquiera le hizo falta utilizar su voz como reclamo. Hombres,
mujeres, niños y niñas fueron acercándose a su puesto con
naturalidad. Él se mantuvo firme, centrado, paciente. Dejó que sus
clientes miraran con tranquilidad, tocaran o dejaran de tocar, y
aprendió que debía dosificar su material para que aquel material
fuera apreciado. En pocos minutos...su humilde parada con toldo
amarillo se vació.
Había
vendido todo sin ahogarse en su propio deseo.
El
hombre de voz imperiosa se sentía satisfecho consigo mismo. Con
fuerza, apacible y tranquilo.
Mi
suerte fue que me regaló un libro. Al abrir la primera página había
un escrito:
“TUS
PALABRAS SON FUENTE DE TU SABIA INSPIRACIÓN. NO LAS PONGAS EN DUDA.
HAZ
LO CONTRARIO. CONFIA”
de
el vendedor que tenía demasiadas cosas para vender.
No hay comentarios:
Publicar un comentario