Alma vive en un lugar conocido por cada uno de nosotros. Alma nos susurra canciones de cuna para calmar nuestras noches oscuras, y nos despierta con el canto del nacimiento de un nuevo día lleno de alegrías y de ilusiones. Todos conocemos a Alma... sólo que......hemos dejado de escucharla.

Coloca una mano sobre tu vientre y reposa la otra sobre tu corazón. Si silencias durante unos instantes la perturbadora voz que nace de tu cabeza controladora y racional, permitirás que la voz de tu Alma se exprese y hable. “¿Qué me dirá? “Te preguntarás. No tengas miedo. Te hablará de cosas bellas. Sobre el amor, sobre la belleza. Te leerá textos enriquecidos de dulces palabras, y te dirá sin miedo todo aquello que un día no quisiste escuchar pero que siempre deseaste realizar. No te confundas. El Alma no es un ser diferente a ti, ni está separado de ti. El Alma eres tú.

Así es como empecé a permitir y a sentir mi Alma, y así es como empecé a escribir cuentos. Lo que escribo nace de mi corazón y va directo al corazón. Sólo hay que abrirse para recibir la sencillez de sus palabras, y sólo hay que ser, para que el día en que creas que nada tiene sentido, la voz de estos relatos, den aliento a tu desesperanza y alegría a tu nostalgia.

Soy y seré un canal para que historias como estas broten de mi alma, y para que mis pequeñas manos, de dedos cortos y achatados, sean el instrumento idóneo para imprimir en una hoja en blanco lo que día a día la vida me va cantando.

Con mucho amor.....

el Alma del ser que se hace llamar Mireia

lunes, 25 de junio de 2012

El paraguas abierto


El pasillo que conducía hacía mi habitación era largo y frío. Unas lámparas de hierro pintado de color blanco era lo único que decoraba las paredes. Mis pasos se hacían eco de un silencio que recorría el espacio y mi cuerpo. Noté la mano fría y sudorosa de mi madre al rodear mi brazo. En aquellos momentos se había vuelto aún más pequeña de lo que ya era. Podía oír su respiración entrecortada a cada paso que dábamos. La miré de reojo porque no me atrevía mirarle a los ojos. El miedo estaba en su mirada.
Seguimos el ritmo acelerado de la enfermera que nos condujo por pasillos aún más inhóspitos que los anteriores. Al llegar a una puerta de color verde, nos detuvimos. La enfermera nos presentó lo que iba a ser durante un tiempo mi casa. Una habitación ocupada por dos camas y decorada con unas cortinas de color azul cielo.
- Puedes elegir la que más te guste. Hace dos días que despedimos a la última paciente. Te toca estrenar entrada.
 Un escalofrío recorrió mi cuerpo y me obligó a sentarme en una silla.
  • Si necesitas que alguien acuda sólo tienes que tocar este botón. Están a tu disposición dos enfermeras. El médico vendrá cuando pueda. No te preocupes, será rápido. Mejor no darle mucha importancia.
  • Cómo se nota que no es a ti a quién tienen que toquetear” pensé.
    Una voz estridente llamó por el altavoz a la joven enfermera y ésta se apresuró a abandonar la sala. Allí nos quedamos mi madre y yo. Solas. Únicamente acompañadas por un cuadro que me dio algo de tranquilidad. En él dos niños corrían entre árboles y flores. Mi madre me preguntó que cama prefería y decidí la que estaba cerca de la ventana. El sol a esa hora de la tarde empezaba a desaparecer entre los altos edificios de la ciudad. Las bocinas de los coches se oían a lo lejos. Al estar en la última planta tuve la suerte de poder admirar el cielo. Estirada en la que ahora se convertía en mi cama podía ver la inmensidad del cielo claro de día, y el cielo estrellado de noche.
Y en esa soledad, no pude evitar recordar al niño de seis años que jugueteaba con un paraguas abierto un día que el sol resplandecía con fuerza.
Desde el banco en el que estaba sentada observaba como reía y hablaba en voz alta. No entendía muy bien lo que decía porque el griterío de los otros niños jugando apagaba su dulce voz, pero se percató de mi atención porque vino corriendo para preguntarme:
  • ¿Qué haces ahí sentada?
  • Miro como juegas-. Fue lo único que supe responder.
  • ¿Sólo miras?
  • No lo sé. Bueno también medito.
  • ¿Y éso que es?- me preguntó al sentarse a mi lado. Seguía con su paraguas abierto y en continuo movimiento.
  • Vaya, no es fácil explicarlo, pero verás meditar es estar en un estado de....- Las palabras se me acabaron y al ver su mirada obtuve la respuesta.
  • Tú ya lo haces. Ser como eres ya es meditar.
  • ¿Sabes por qué llevo un paraguas hoy?
  • No. Tal vez... ¿Porque puede llover? Aunque a mi no me lo parece...- respondí alzando la vista al cielo.
  • Je,je.- rió – No. Llevo un paraguas abierto para que cuando llegue la noche pueda recoger estrellas. ¿Sabes que hay estrellas que cuando llevan mucho tiempo viviendo en el cielo llega un día en que deciden caer en la Tierra?
  • Me estás tomando el pelo. ¿Quién te contó esa historia?- “Aunque esa historia tiene mucho encanto”, pensé en silencio.
  • No te lo diré porque no me vas a creer. No importa. Tu sólo recuerda que cuando estés en una habitación y desde tu ventana puedas ver el cielo estrellado ten a mano un paraguas abierto, podrás recoger una estrella caída que te ayudará. Para eso están.

  • ¿Mamá?¿Mamá?- repetí su nombre tantas veces como pude para que pudiera volver de su añorado mundo.
  • Perdona hija, estaba en otro sitio...
  • Sí, lo imaginaba. ¿Puedes traerme un paraguas, por favor?
  • ¿Ahora? ¡Si casi está anocheciendo!Y además ¿para qué quieres un paraguas? Que yo sepa en los hospitales no llueve.
  • No te lo diré porque no me vas a creer. No importa, tú traeme ese paraguas por favor.
Recogió su abrigo, su bufanda y su bolso. Me besó en la mejilla y le vi los ojos llorosos. “Ahora vuelvo” me dijo en un susurro.
Desde aquel día en el parque nunca más volví a ver aquel niño del paraguas abierto. No supe ni su nombre, ni su apellido ni dónde vivía. Sólo me dijo su edad. “Demasiado joven para hablar con tanta delicadeza”, pensé yo. Pero ahora lo siento más cerca que nunca, y eso que ya había pasado casi un año. Fue el mismo año en que me dijeron que me tendrían que ingresar porque mi cuerpo empezaba a enfermar cuando apareció el chiquillo del paraguas abierto.
Mi madre no tardó . Al cabo de una hora entró apresurada en la habitación no sólo con un paraguas, sino con cinco.
  • ¿Cuál prefieres?- me preguntó con la voz entrecortada
  • Mamá, tranquila. No voy a utilizar el paraguas a modo de paracaídas para saltar por la ventana del hospital. Es  algo que tengo que probar. Me lo contó un amigo-. Le sonreí, aunque sabía que aquella sonrisa le partía el alma.
  • Esta bien, como tu digas. Ahora más que nunca debes seguir a tu corazón.
  • Dame el transparente. Ábrelo y colocalo aquí, junto a la ventana.
Era un paraguas sencillo. Pensaba que la transparencia del plástico me permitiría poder ver mejor la estrella caída...en el caso que sucediera, claro está.
   Mi madre se sentó en un sofá a hojear una revista. Al poco rato ya estaba durmiendo con la misma revista sobre el brazo y con el cansancio instalado en su rostro. La noche llegó y las estrellas empezaron a aparecer una a una. ¡Eran tan bellas! Polvo de estrellas que me recordaba que yo estaba creada de esa misma esencia. Las observaba con paciencia, viendo como seguían plantadas en el cielo oscuro y a la vez deseando que mi estrella cayera de una vez por todas en el tan ansiado paraguas. Me mantuve despierta. Oyendo el “tic tac” monótono de un reloj de pared. Tuve un momento de debilidad y volví a creer a ser una cría ingenua que era capaz de aceptar una historia tan absurda como la que me había contado un niño de seis años. Pero no, no fui tan ingenua. Ni la historia era tan absurda. A escasos minutos para que el reloj diera las 4h de la madrugada una estrella empezó a caer delicadamente del cielo, entró deslizándose por el ventanal y cayó dentro del paraguas transparente abierto de par en par. No me lo podía creer. Me acerqué con tanto miedo que creí que se me partiría el alma y la vi. Brillando. Pequeña como una semilla, como el minúsculo pétalo de una margarita. Silenciosa y refulgente. Me armé de valor y la cogí entre mis manos. Me senté en la cama envuelta en un trozo de sábana y le pregunté. Le pregunté por qué me había elegido, por qué estaba conmigo, por qué después de tanto trabajo por ser mejor persona me encontraba en una lugar tan frío como un hospital. Le pregunté sobre mi enfermedad, sobre mi cuerpo, sobre mi dolor...Y la estrella me respondió. Tal vez suene a cuento o a historieta fantástica. Pero no lo es, ni lo será. La estrella me habló en un susurro pero con voz clara. Respondió a cada una de mis preguntas y luego se desintegró entre mis manos. Lo que me dijo debo quedármelo para mi. Pero hubo una frase que nunca olvidaré y que debo proclamar.
En esta vida que vivimos llena de angustias, de anhelos y desesperanzas, todos somos estrellas. Únicamente depende de nosotros ver la la luz que irradia nuestra alma y que tiene el poder de transformar las cosas y sobre todo a las personas.”


Dedicado a Manolo, el que fue mi “padre” durante los primeros 25 años de mi existencia. Gracias por enseñarme que la muerte no fue el final de la vida sino el principio. De la tuya y de la mía.

4 comentarios:

  1. Precioso relato, íntimo, emotivo y bello.
    Esas palabras que plasmas y de la forma en que lo haces sólo pueden salir de la estrella que anida en ti.
    Un beso Mireia.
    Júlia

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  2. Ai aquesta estrelleta que brilla i brilla!!bona nit flor a veure si les estrelles baixen i ens apaguen aquestes flames...

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    1. S'apagaran...Més tard o més d'hora...però s'apagaran

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